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Reflexiones en torno al Desastre de Annual. Sus ecos en Totana

Las autoridades castrenses, entre ellos el comandante general marqués de Cavalcanti (1871-1937), presencian el desfile de tropas en el norte de África. Al mando de este militar participó el soldado totanero Gabriel López Navarro en la defensa del convoy a Tizza, refriega en la que perdió la vida.

El afán expansionista de los monarcas aragoneses a lo largo de la Baja Edad Media, en la ocupación de territorios extrapeninsulares, alcanzaba un alto nivel conquistador durante el reinado de los Reyes Católicos, encumbrándose la idea de imperio bajo la corona de Carlos I. Las enormes posesiones de los Austrias llevaron a Felipe II a definir la magnitud de sus reinos, como la de un «imperio donde nunca se pone el sol». Tan dilatados dominios daban sus postreros estertores a finales del siglo XIX. La crisis de 1898, con la pérdida de las últimas colonias, ponía de relieve no solo la incapacidad de España para mantener aquel patrimonio, sino también la realidad de un país sumido en el atraso cultural, con altas tasas de analfabetismo, con escasa iniciativa industrial, con una agricultura, motor de su economía, anclada en formas y cultivos tradicionales, pero también con un ejército obsoleto, considerado frecuentemente como un vehículo de crédito social, con un armamento rudimentario, consecuencia de las exiguas inversiones, con un elevado número de mandos y una tropa escasamente preparada, reclutada por quintas, con la posibilidad de redimirse del compromiso con aportaciones económicas, condenando a los más desfavorecidos al infierno de la guerra.

En ese contexto, herido el orgullo nacional con tan sonoros fracasos y salpicados del prurito colonialista que desplegó Europa a partir de mediados del siglo XIX, algunos visionarios españoles ponían la mirada en el norte de África. Su conquista y ocupación, en busca de un prestigio y posición ajenos a los intereses del país, atormentó a muchas familias, arrebatando de la existencia a numerosos jóvenes, sin olvidar la tragedia que debió soportar la población nativa.

Ahora, en estas fechas en que se cumple el primer centenario del Desastre de Annual, dramático hecho del proceso bélico de la guerra del Rif, ocurrido entre el 21 de junio y el 9 de agosto de 1921, en el que perdieron la vida más de once mil miembros del ejército español, mientras otros tantos fueron ejecutados tras rendirse, derrotados por las tropas rifeñas del cabecilla levantisco Abd el-krim, ofrecemos un tributo de reconocimiento al ingente esfuerzo realizado para afrontar el dolor, la angustia, la aflicción… que acompañó a las diversas campañas que conformaron el conflicto.

En ese azaroso discurrir se revivían momentos de optimismo en 1926 cuando el líder rebelde fue derrotado por tropas de la alianza hispano-francesa. El acontecimiento se celebró con gozo en los pueblos y ciudades de España, sobre todo porque se abría paso a la pacificación del territorio. La noticia, difundida mediante bando por el alcalde de Totana, Lorenzo Duarte, causó gran regocijo, advirtiendo que con ella habría «de llegar la tranquilidad a los hogares y aminorar los inmensos gastos que nuestra patria sufría», pero también se publicitó como uno de los grandes logros de Primo de Rivera, lo que de alguna manera acrecentó en el dictador la idea de que su programa político caminaba hacia un puerto de futuro, nada más alejado de la realidad, pues no solo acabó con sus pretensiones unos años después, sino que abocó a la monarquía a su fin.

A esta empresa, tan poco favorable para los intereses de España, Totana, como la gran mayoría de localidades del país, contribuyó con hombres y recursos económicos, organizando funciones de teatro, tómbolas populares, cuestaciones… con las que ayudar a sufragar los considerables costes que acompañaron a la contienda. Una empresa que, según recoge el totanero Muñoz-Palao, había supuesto un gasto de seis mil millones de pesetas, detrayéndolos de proyectos de la significación y trascendencia de su empeño por trasvasar agua del Ebro a Almería, facilitando el riego a lo largo de todo el recorrido. 

El callejero de Totana rinde homenaje a algunos de los hijos de esta tierra que dejaron su vida en las refriegas, a la vez que custodia en la memoria los esfuerzos, testimonios, amarguras… de otros que vivieron en primera persona tan graves aconteceres. 

En este sentido, la calle dedicada a Gabriel López Navarro, agasaja a este totanero que, unos meses después del fatídico acontecimiento de Annual, participaba en la defensa de un convoy que se encaminaba a abastecer la población de Tizza. El destacamento dirigido por el marqués de Cavalcanti, compuesto por menos de una treintena de hombres, consiguió defender la columna, pero en el incidente sucumbía Gabriel el 29 de septiembre de 1921.

Asimismo, la calle héroe Bartolomé Cayuela, conmemora la gesta de este vecino de Totana, nacido en 1892 en el seno de una notable familia de la localidad. En plena juventud marcha a África, incorporándose a la Legión, «Tercio de extranjeros», muriendo el 28 de mayo de 1923 en un combate en Tizzi-Azza.

Ante estos aconteceres la historia nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre errores y espejismos, recordándonos la importancia del diálogo, el entendimiento y la concordia, evitando todo lo que rompe, separa y destruye, ya que corremos el riesgo de hacer realidad aquella meditación de Cicerón, «¿pues, qué casa es tan estable, qué ciudad tan firme que no pueda ser derribada desde los cimientos por los odios y divisiones?».

Juan Cánovas Mulero

En la Sierra de Espuña, en una de las heredades del abogado y propietario totanero Gonzalo Cánovas se levantó esta recreación «del monte Gurugú». Se evocaba que, en este escenario, en la costa norte de Marruecos, se produjeron intensos combates entre las tropas españolas y las rifeñas. El 29 de julio de 1909 tropas nativas derrotaban a las españolas en el Barranco del Lobo, preludio del descalabro de Annual. Esta fatídica operación, orientada a controlar el macizo del Gurugú, proporcionando, además, seguridad a las explotaciones mineras, acabó con la muerte de 153 militares y más de 500 heridos. Con esta iniciativa el prócer totanero rendía un homenaje a las víctimas de este luctuoso hecho y con él a las graves heridas que sangraron a la población española a lo largo del conflicto, de la conocida popularmente como «Guerra de Melilla», al sufrimiento y al dolor propio y de sus contemporáneos.
Un grupo de jóvenes totaneras ataviadas con trajes típicos en una caseta construida en la localidad por el carpintero y fotógrafo Fernando Navarro para recaudar fondos para la guerra de Marruecos. En la imagen tomada por Navarro aparece su hija, Genoveva y también Eustoquia, la más pequeña del grupo, ataviada de cantinera. Varias de estas jóvenes eran amigas de la familia Navarro, algunas de ellas hijas de exportadores de naranja. En el grupo se encuentran, entre otras, Hortensia, Cecilia y Juana Porlán, Elena Romera, Catalina y Juana Tudela. La iniciativa tuvo una gran acogida, pues, además, fueron subastadas las uvas que se habían colocado en la parra de la fachada, obteniendo nutridos beneficios. Con lo recolectado, además de la aportación en metálico, se adquiría material sanitario y utillaje de principal necesidad: vendajes, ropas… Fotografía Fernando Navarro. Los valiosos recuerdos de Narcisa Navarro, Dorita Ortiz y Francisco Guerao han sido esenciales para dar forma a esta concreta actuación.

Noticias de Totana

El 6 de diciembre, Totana cumple 35 ediciones corriendo el Día de la Constitución

Se celebrará del 29 de noviembre al 10 de diciembre, respectivamente

Este procedimiento afecta a los lotes números 1 y 3, referidos a las Casas del Corredor del Santiago y Casa del Ingeniero