Rincones de Totana. Bar Cayetano

Es verdad que no es muy antiguo pero como esta serie la escribo en función de mis recuerdos y ratos pasados, lo hago evocando mañanas sabatinas de desayuno, lectura de prensa y charla con gentes encantadoras que me hicieron pasar ratos inolvidables. Algunos de ellos ya no están entre nosotros, pero mencionaré a algunos por sus cariñosos apelativos más propios del establecimiento que sus verdaderos apodos: El Alcalde, el Seco, Juan el Guardia, Vicente, el abuelo Juan, Ginés y algunos otros.

No conocía el Bar Cayetano y un día encontré a un amigo de Murcia que era comercial y me dijo que siempre que venía o pasaba por aquí le gustaba almorzar en él y me llevó. Encontré un ambiente sencillico, gente trabajadora, jubilados, y presidiendo el rito tabernario tras la barra el inefable Cayetano Garro Pérez, de Morata, aunque afincado en Totana.

Manejaba los fogones su mujer María Torrecillas Sánchez, que es de Las Terreras, y las tapas eran clásicas perfectamente elaboradas, con ese amor que ella pone en lo que hace, y respirando limpieza.

Una de las cosas que llamaron mi atención es que siempre tenía en la barra ramos de flores frescas, como un detalle florido de su atención a los clientes que allí no eran tales, sino amigos, pues todos se conocían, se gastaban bromas y al final me incluyeron entre ellos haciendo que aquellos ratos fueran inolvidables.

Me acostumbré a ir los sábados y fui haciendo amigos, jubilados de la Guardia Civil, de otros oficios, agricultores, empleados del matadero y los fui conociendo a todos compartiendo ratos de alegres conversaciones, chistes y chascarrillos con alguna que otra broma a alguno de aquellos habituales clientes.

Recordaré siempre una anécdota que ocurrió un sábado: Uno de los habituales clientes tomaba café cuando entró otro al que no conocía pero que al parecer le había vendido un coche y le dijo que el arca del vehículo no funcionaba. Aquel señor puso la misma cara de extrañeza que yo porque no sabíamos a qué se refería cuando decía el arca. Al salir para mostrarle el defecto me asomé y asombre, el arca no era otra cosa que el maletero.

Cayetano me dijo haber llevado antes de abrir su bar y durante dos años la cervecería Frankfurt, lo que hoy es Snoopy, pero decidió iniciarse en su propio local que manejaba con simpatía y agrado con el enorme apoyo de todo tipo de María, su mujer, que tan pronto te planchaba un huevo como te freía una corbata. Hacía igual de cocinera que de barman cuando su esposo no estaba, conociendo a todos sus clientes y teniendo con ellos o nosotros, pues me incluyo, como amigos de toda la vida.

Veinticinco años más tarde le llegó a Cayetano la edad de jubilación y decidió pasar a mejor vida, que no es morirse, sino cultivar sus tierrecicas de Morata y procurar también el cultivo del amor de sus nietos jugando con ellos en su piscina. Alquiló el local y ahora es de sudamericanos, sin que tenga nada que ver con el que yo conocí.

Mi agradecimiento a Cayetano y María así como a aquellos clientes por los buenos momentos que me hicieron pasar.

Juan Ruiz García 

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