Federico García Lorca con su madre, maestra de profesión y nieta del totanero Bernardo Lorca. Al nacer Vicenta, ya había muerto su padre, con lo que la nuera viuda y la nieta, pasaron a vivir con el abuelo. Esos vínculos le permitirían a Bernardo transmitir a la niña sus vivencias y recuerdos de Totana, su tierra de origen. Imagen: El Mundo

Totana, en la fecunda sangre de García Lorca

Se cumplen 218 años del nacimiento en Totana, el 20 de agosto de 1803, de Bernardo Lorca Alcón. Unos días después, el 24 de ese mismo mes, recibía el sacramento del Bautismo en la parroquia de Santiago de manos del cura teniente Ginés Martínez Sánchez. Fueron sus padres Pedro de Lorca e Isabel Alcón.

La villa de Totana vivía entonces sumida en un clima de dificultades que se habían iniciado a finales del siglo XVIII, pues las prolongadas y pertinaces sequías hacían imposible «recolectar, tan siquiera, lo derramado durante la sementera». Estas privaciones favorecieron, en organismos mal alimentados, el desarrollo de brotes epidémicos (tercianas, peste, fiebre amarilla…), alcanzando especial virulencia los acaecidos en 1786, 1794-1795, 1800, 1804, 1811, 1820… Por otra parte, las plagas de langosta, de gran malignidad en la primavera de 1799, perjudicaron sembrados, plantíos y arbolados. Se agravaba el escenario con la rotura del pantano de Puentes en Lorca, en la primavera de 1802. La furia de sus aguas destruyó infraestructuras y cultivos en nuestra localidad. A estas calamidades se unía, en las siguientes décadas, el pesado fardo de los gastos de la Guerra de la Independencia, con los que hubieron de cargar los vecinos al verse obligados a mantener tropas, oficiales y caballerías, aportando, también, soldados y pertrechos.

En este contexto, el panorama que vivenció el joven Bernardo Lorca en su Totana natal estaría amenazado de derrota, frustración, penurias, escasez, carestía… Ante esa cruda realidad, un cierto espíritu emprendedor debió de animar sus pasos, alentándolo a abandonar la atmósfera que le vio nacer, rompiendo con sus raíces, para poner rumbo a Granada en busca de «tierras llovías». Allí encontraría lo que su alma tanto anhelaba, un espacio de estabilidad económica, en donde abrir su vida al futuro y a la esperanza, pues, según ha puesto de manifiesto Gabriel Pozo, llegaba a la ciudad mediada la década de 1820. Es posible que en ella se ocupara de tareas agrícolas para, posteriormente, pasar a formar parte de la guardia del Cuerpo de Carabineros de la Real Hacienda. 

Esa fuerza, ese empuje, esa sangre que movió a Bernardo a buscar horizontes contribuirá, a través de su nieta, Vicenta Lorca, a forjar la genialidad de García Lorca, pues Vicenta vivió con su abuelo hasta el fallecimiento de este en 1882, cuando la joven contaba doce años. Aunque Bernardo no conoció a su bisnieto Federico, dejaba en la calidez y nobleza de su nieta Vicenta, de la que sí pudo disfrutar, la semilla que haría fructificar el talento, la pasión, la fuerza… del autor del Romancero gitano, en donde vibra su composición «Martirio de Santa Olalla», un texto que a Salvador Dalí le parecía «lo mejor del libro». Nos agrada pensar que el origen de tan conmovedora composición estaría en los relatos que su madre Vicenta le susurraría a Federico, la que, a su vez, podría haber recibido el testimonio de su abuelo Bernardo, pues, como otros muchos hijos de Totana, al marchar de su tierra lo haría custodiando en su corazón el amor, el fervor y la piedad a la mártir Eulalia.

En estas fechas en las que evocamos el 85 aniversario del aciago día en que le arrebataron la vida a Federico García Lorca, las balas que apagaron sus latidos, las del odio, la incomprensión, el fanatismo, la irracionalidad… siguen recorriendo nuestro mundo, mermando la convivencia, el entendimiento, el diálogo, la razón… Pero, además, en la decisión de Bernardo continúa repitiéndose hoy el desgarro y el dolor de tantos hombres y mujeres que se ven obligados a abandonar el entorno familiar, a alejarse de sus orígenes ante adversidades y persecuciones, recibiendo muchos de ellos la metralla de la insensibilidad, la injusticia, la frialdad, la indiferencia… de este tiempo presente en el que lo banal ocupa una importante parcela de nuestras preocupaciones, invitándonos a huir de las heridas que lastran a tantos seres humanos y a las que, sin embargo, estamos convocados a atender desde la fraternidad. 

Juan Cánovas Mulero

Portada de la obra que el escritor murciano Salvador García Jiménez publicaba en 1998

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