Bar Pacuco - Rincones de Totana

Lo conocí de la mano de mi amigo Rafa Álvarez, como tantas cosas, y me agradó la primera vez, lo que hizo que volviera en bastantes ocasiones encontrando siempre justamente lo que buscaba: unas tapas tradicionales murcianas de excelente calidad con un exquisito servicio en el mismo centro de la ciudad. Era un lugar recoleto, agradable y dentro de lo que un murciano espera de ese tipo de bares que están muy dentro de la tradición del tapeo.

Me agradó la atención de Paco, seria, educada, eficaz y agradable, lejos de las exageradas simpatías de muchos cargantes camareros, y eso dejó huella a la par que la calidad del tapeo, unos boquerones fritos exquisitos, la clásica magra con tomate, sus tomaticos partidos con bonito, el zarangollo, las tortas de bacalao, la sangre frita con cebolla y unos trozos de diferentes tortillas que nos dejaron el sabor de las cosas bien hechas, con el regusto a que estamos acostumbrados desde niños, me atrevería a decir que los de las abuelas de los de mi generación.

Era un lugar agradable, recoleto aunque con sabor y olor a tradiciones, con una perfecta elaboración de la cocina tapera de Totana, razón por la cual siempre estaba lleno. Era un bar pequeño en el que siempre había el doble de gente de la que su capacidad hacía pensar, la ventana era su expansión, ya que la parte superior disponía de una capacidad más que justica, pero lo importante era su ambiente. Allí cabía todo tipo de personas, desde el trabajador que iba o venía al campo, el agricultor que se acercaba a solución, hablar de sus problemas de riego, el funcionario o empleado que salía del trabajo a almorzar hasta las personas que tomaban un poco más tarde el aperitivo, pero siempre, a cualquier hora, estaba pleno de clientes que todos se saludaban y compartían comercio y bebercio porque se conocían y si no era así, aquel era el lugar perfecto para hacer amigos.

Paco Sandoval Ayala entró a trabajar con siete años en la taberna clásica de su tío Bartolo y no su estatura no le permitía llegar a la barra, pero a los diez la atendía como el más granado de los barman y permaneció allí hasta marcharse a cumplir el servicio militar, entrando a trabajar durante dos años al Hotel Bahía en el Puerto de Mazarrón, se enamoró de María Luisa Ortiz Martínez y se casaron en 1986.

El nuevo matrimonio decidió abrir su propio negocio en una pequeña edificación familiar y así nació el Bar Pacuco en 1988, permaneciendo abierto hasta que las conveniencias urbanísticas y la ambición crematística de una empresa lo cerraron durante el tiempo que duró la obra. Allí Paco demostró que no era un tierno pollo sino un gallo de pelea.

Tras diferentes avatares, Paco volvió a abrir en el mismo lugar aunque con una nueva edificación, donde nos atiende como siempre, con la calidad y la tradición por bandera, con la inestimable ayuda de María Luisa y sus dos estupendos, simpáticos y serviciales hijos.

Extrañas circunstancias derivadas de la bondad de Paco y los errores de una determinada empresa tienen en serias dificultades la permanencia del actual Pacuco, y aunque no conozco los extremos ni soy juez de nada ni nadie, deseo que se encuentre una solución que beneficie a Paco y por ende a todos los totaneros que disfrutamos de forma habitual del buen servicio del Pacuco, de la calidad de sus embutidos y, por supuesto, de lo buen tortillero que es, pues sus tortillas son geniales, yo diría que de una exquisitez sublime.

Juan Ruiz García

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