Ramón Pérez Merlos (derecha)

¿Por qué participo en los 101 kilómetros de Ronda?

Por Ramón Pérez Merlos

En una ocasión le preguntaron a uno de los mejores alpinistas de la historia, el británico George Mallory, el porqué escalaba montañas. El contestó: ¿Por qué están ahí? Evidentemente en esa contestación había un sentimiento mucho más profundo, similar al que yo siento cuando participo en los 101 kilómetros de Ronda (en adelante 101 km.). Para quien desconozca en qué consiste esta carrera, decir que es una prueba de ultrafondo que consiste en recorrer 101 kilómetros por la serranía de Ronda. Se celebra el segundo fin de semana de mayo y los participantes la pueden realizar en tres modalidades; marcha a pie, MTB (mountain bike) y duatlon. Para la marcha hay un tiempo máximo de 24 horas para acabarla, en el duatlón tienen 18 horas y para MTB, 12 horas. Se da la salida a las 11 de la mañana del sábado y se cierra el control a las 11 horas del domingo. Participan cada año alrededor de 7.000 personas de todos los lugares de España, y también de otros países como Irlanda, Francia, Finlandia, Alemania, Bélgica o Portugal.  Además, este año la lista de espera ha superado las 13.000 personas, es decir, 20.000 personas intentan la inscripción para solo 7.000 plazas, de ahí su fama.

Quizás lo que hace especial esta prueba, además de su dureza, es la magnífica organización que lleva a cabo año tras año el Tercio Alejandro Farnesio Cuarto de la Legión de Ronda (ya van 16 ediciones). Además, los pueblos de alrededor se vuelcan extraordinariamente.

No pretendo en este artículo hacer una crónica de la última edición en la que he participado, el pasado 11-12 de mayo, sino intentar explicar el porqué he participado ya en cinco ediciones (que serían seis si no me hubiese caído en la bici entrenando en 2011, cinco días antes de la prueba, luxándome la clavícula).

Participar en una prueba como los 101 km. no tiene nada que ver con ser competitivo. Bueno, eso no es del todo cierto. Los que participamos en estas pruebas somos muy, muy competitivos. Pero no competimos frente a otros participantes, sino frente a nosotros mismos. En mi primera edición, en 2006, decidí apuntarme junto a mi hermano Santi animado por otros amigos a ver qué tal la experiencia. Hacíamos montaña y nos apetecía probar “otras cosas”. Ambos nos retiramos en el pueblo de Setenil de las Bodegas, que se encontraba en el kilómetro 57 del recorrido. Llegamos a las 10 de la noche después de 11 horas andando con frío, cansancio y sobre todo abatidos mentalmente. Los dos años siguientes la acabé andando, en ambos casos entrando a la meta con más de 22 horas en el cuerpo, experimentando mis límites. Decidí cambiar de modalidad. El año pasado me animé a hacerla en MTB, pero una inoportuna lesión me dejó KO a las primeras de cambio, en el kilómetro 10. Este año, ajeno al desfallecimiento, he vuelto y la he acabado en MTB en algo menos de 7 horas.

Muchos piensan que los que hacemos este tipo de actividades estamos locos (un poco sí, todo hay que decirlo). Otros piensan que estando muy bien físicamente, no hay ningún problema en acabarla. Nada que ver con la realidad. He visto retirarse en el kilómetro 20 a atletas con físicos impresionantes. En cambio, he visto llegar a gente, algunos muy cerca del control de las 24 horas, que de ninguna manera nadie hubiese imaginado que hacen deporte, y mucho menos que participan en una prueba tan extrema como esta; por ejemplo el famoso super Paco, que ya tiene 75 años y todas las ediciones acaba en menos de 20 horas la marcha a pie.

Esta prueba es una experiencia de “fortaleza mental”. Solo los más valientes participan, pero solo los que de verdad son fuertes mentalmente la acaban, al menos en la modalidad de marcha a pie. Después de cinco ediciones en las que he abandonado dos veces, me atrevería a decir que donde más he aprendido ha sido los años en que he abandonado, sobre todo en mi primer edición de marcha a pie, allá en 2006. Ese año abandoné por cansancio, pero sobre todo porque no iba preparado mentalmente. A partir del kilómetro 40 comencé a dudar, pensando que no llevaba ni la mitad del recorrido y ya iba muy mal. Al final me rendí y me retiré agotado. Durante los 12 meses siguientes me estuve mentalizando en que podía conseguirlo, que volvería y que no me rendiría; que mi límite era yo, y que no tenía límites. Pero un mes antes de la prueba, entrenando me produje una sobrecarga en ambos gemelos. El fisio, unos días antes me dijo que ni se me ocurriese hacer la prueba. Que no estaba en condiciones y que era una locura. Yo contradije a mi sentido común y fui a realizarla, con muchas dudas sobre mi estado físico, pero con una convicción de hierro, la que me había faltado el año anterior. Tenía clarísimo que solo me retiraría si me lesionaba y era imposible seguir. Por cansancio o dolor jamás lo haría. En Setenil, kilómetro 57, hicimos una larga parada para comer, pues mis padres y mi mujer Julia estaban allí. Se habían venido a Ronda a animarnos y después a Setenil para traernos la comida típica y las bebidas isotónicas para estos casos, es decir, caldo con pelotas, embutidos, queso, cerveza, vino, etc. Después de comer y de que Julia nos curase las típicas, abundantes y dolorosas ampollas, emprendimos marcha.

A partir de ahí todo fue durísimo. En el kilómetro 77, al salir del cuartel de la legión para subir la famosa cuesta de la Ermita, tuve que decirle a mi hermano José que siguiese él solo, que yo me iba a retirar. Era imposible seguir su ritmo. Me dolían mucho las piernas y él iba “como un tiro” (a pesar de que se había empeñado en retirarse en Setenil). Y le dije eso porque si le hubiese dicho que bajase el ritmo, a él le podría haber perjudicado. Por tanto, comenzando a subir la cuesta de la Ermita a las tres de la mañana, me quedé solo. Con mucho frío, unos 10º aproximadamente (durante el día había habido 30º), me conciencié en que me quedaban 24 kilómetros para hacerlos en ocho horas. Bajé el ritmo, amagué la cabeza, siguiendo el rastro de la luz de mi frontal que me marcaba el camino y me mentalicé paso a paso. Muy despacio fueron pasando los kilómetros (y las horas). De repente amaneció mientras caminaba por el precioso paraje del río Guadiaro que te acerca a Ronda, una vez pasado Montejaque y Beanoján. Es increíble como después de 20 horas caminando y con un dolor en todo el cuerpo todavía uno es capaz de admirar la belleza de ese entorno. Conseguí acercarme a Ronda, divisando el Tajo. Y por fin, delante mío, la famosa “cuesta del cachondeo”. Tras un duro esfuerzo para subirla, una vez arriba, una última sorpresa, mi madre me estaba esperando para hacer conmigo los últimos 500 metros que conducen a la meta, situada en la Alameda. Fue tal la emoción, la rabia contenida desde el año anterior, las dudas por la lesión un mes antes, que comencé a llorar como nunca lo había hecho. Casi no podía caminar en los últimos metros; cada paso era como si me clavaran un punzón en las plantas de los pies del dolor que tenía. Pero mi familia estaba ahí para ayudarme a caminar los últimos pasos hacia la gloria. La emoción y la satisfacción de haber comprobado que desconocía cuál era mi límite, y que este estaba mucho más arriba de lo que hubiera imaginado, me enseñó muchísimo. Aprendí a conocerme, a superar mis límites, mis miedos y mis dudas. Me dí cuenta que todo en la vida es una cuestión de actitud y que somos capaces de resistir mucho más de lo que nos imaginamos.

Decidí no volver a hacerla andando, al menos en los siguientes años. Pero mi hermano Santi no la había acabado y quedaba algo pendiente. El año siguiente, ya en 2008, siguiendo el ritual, y de nuevo acompañados por la familia, volvimos a realizarla. Y por suerte la acabamos, de nuevo por encima de las 22 horas. Podría decir que fue menos dura que el año anterior, que como ya la había hecho, estaba adaptado a ella. Que ya no fue tan emocionante como en 2007. Pero mentiría. Fue igual de dura y de emotiva que 12 meses antes. Volvieron a saltárseme las lágrimas cuando Simón, Hernández, Ginés, Santi y yo entramos en la meta el domingo pasadas las nueve de la mañana.

Es difícil describir las sensaciones que se experimentan en esta prueba si no has participado en ella y la has vivido “in situ”. Ver a los legionarios animándote como si fueses el primer clasificado es muy emocionante y te carga de moral. Así como cuando pasas por un pueblo y un niño de no más de 8 años está con una manguera de agua abierta pendiente por si quieres beber o refrescarte el cuerpo, con una ilusión que parece que el participante es él.

Es emocionante. Difícil contarlo con palabras. Hay participantes que sacrifican la preparación de un año para ayudar desinteresadamente a un compañero lesionado, o con calambres, o a un ciclista que ha tenido un problema mecánico. Lo hacen hasta con un desconocido, arriesgándose incluso a llegar fuera de control. La solidaridad aquí es algo especial.

Este año, la experiencia de la prueba en MTB ha sido igual de satisfactoria. Quizás no se disfruta tan intensamente como en la marcha a pie, pues en la bici todo va muy deprisa; no tienes tiempo para recrearte en los avituallamientos, hablar con otros participantes o con los legionarios. Cuando te vienes a dar cuenta ya estás en la meta. Pero la experiencia es igual de bonita. La dureza de las subidas, con casi 3.000 metros de desnivel de subida, el calor y el “caramelo” final de la “cuesta del cachondeo”, han hecho que la emoción al cruzar la meta haya sido para todos muy grande. Y el hecho de no lamentar caídas ni abandonos de todo nuestro “equipo” también ha sido importante.

Ha sido un fin de semana de compañerismo de todo el equipo que hemos ido y los que nos hemos visto allí: chavi, Tropi, Ernesto Bellón, Ernesto Cayuela, Manolín, Juanra, Pedro, Loren, Jose, Pichi, Lidia, Polaco, Super y el coach Plazas. Cuando realizas una actividad con personas con este “buen rollo”, la experiencia es doblemente enriquecedora. Gracias compañeros, los que habéis venido y otros que os habéis quedado con las ganas de venir. Otro año será. Y gracias a mi familia por soportar los sacrificios y las ausencias que suponen los entrenamientos. El esfuerzo final merece la pena.

Por último, decir que lo único que he pretendido con este artículo ha sido transmitir a esas personas que no entienden por qué practicamos este tipo de pruebas tan duras, que mi experiencia durante estos años participando me ha llevado a experimentar como en ella se fomentan valores tan importantes en cualquier persona como el compañerismo, la determinación, la constancia, el trabajo, el sacrificio, la confianza en ti mismo, la humildad y el afán de superación. Estos valores son extrapolables a cualquier faceta de la vida, ya sea en el plano personal o en el profesional. Por ello, gracias Ronda, pues me has enseñado que “el dolor es pasajero, pero el orgullo es para siempre”.

Ramón Pérez Merlos

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