Mi amigo Vicente Carreño Carlos, gran conocedor de la teoría política, ha compartido en la red Facebook un clarificador artículo del magistrado don Joaquín Navarro Esteban, en el que aclara el por qué no es la del 78 una Constitución en sí misma, aclarando todos los extremos necesarios para que fuera totalmente democrática. Todo ello es cierto y se debe a que a la muerte de Franco los políticos de todas las confesiones tuvieron demasiados miedos y prefirieron negociar y sacar adelante la que tenemos, pero ha de tenerse en cuenta que todos los partidos quisieron llevarse el agua a su jardín y fue una negociación de tira y afloja.
En el convulso enero de 1977 yo vivía y trabajaba en Madrid y por diferentes motivos tuve contacto con algunos estamentos políticos, por lo que estuve muy al día de todo y hasta participé de forma activa en algunos de ellos. Los de mi generación estábamos seguros de que la mayoría de los españoles prefería una democracia homologable a cualquier otra forma de gobierno, así como no nos parecía mal una monarquía parlamentaria con don Juan Carlos como monarca, pues se sabía de su buen trabajo para democratizar el país y su renuncia a los absolutos poderes que recibió del anterior jefe de Estado, que fue la mayor demostración de su voluntad de cambiarlo todo.
Sin embargo los mayores, que eran mayoritarios, tenían mucho miedo a un posible levantamiento del ejército y los nostálgicos del franquismo y ese temor predominó de forma algo cobarde. Los que empezamos a hablar de democracia y a investigar a los quince años estábamos más confiados que los mayores en la madurez del pueblo español y aunque hablábamos de una ruptura con todo lo vinculado a modos de gobierno diferentes, las mayorías prefirieron aquel cambio aparentemente indoloro.
Y ese miedo sumado a las posibles reacciones que ya se anunciaban de Cataluña y el País Vasco hicieron que se encargara un texto electoral que les conviniera y que en las llamadas primeras cortes democráticas elaborar una constitución homologable a los países democráticos negociada por todas las fuerzas presentes en el parlamento. No entraron todas pero sí la mayoría y los constituyentes formaban parte de partidos políticos a los que en su elaboración dieron todo el poder quitándolo a los españoles.
A estas alturas sabemos que la Constitución del 78 es imperfecta y necesita reformas, pero en el mismo cuerpo legal dice la forma de modificarla. No obstante, lo verdaderamente democrático sería convocar Cortes Constituyentes y que éstas redactaran un nuevo cuerpo legal por el que regirse nuestro sistema político.
Ahora viene la pregunta: ¿Por qué no se hace? La respuesta es fácil, los partidos tienen todo el poder y el control sobre ellos lo realizan ellos o los que nombran, pues la justificación correcta de sus actividades perjudicaría sus intereses, especialmente los derivados de su actuación política, pues ahora nadie puede pedirles responsabilidades de ningún tipo, salvo las penales en determinados casos y con las trabas de ser aforados.
Convocar Cortes Constituyentes supondría la elaboración de un texto legal que fuera aceptado por el 75 por ciento de la Cámara y posteriormente sometido a referéndum. No me cabe duda de que desaparecerían los aforamientos que son excesivos y contrarios al espíritu de la ley en cuanto a que nadie está por encima de ella.
Desde la fecha de esas primeras Cortes se han sucedido los gobiernos de diferentes colores políticos, todos ellos han sido conscientes de que la ley electoral es injusta y crea serias diferencias entre españoles, pero al serles necesario el apoyo de los partidos catalanes y vascos se han rendido ante ellos y no han podido por sometimiento cambiarla.
En el caso de convocar Cortes Constituyentes está más claro, pues a ningún partido le interesa perder el poder que les otorga la actual, ya que indudablemente habría que cambiar muchas cosas, entre ellas la eliminación de la impunidad partidista que tanto poder les da.
Y así estamos los españoles, atados a esta dictadura de partidos y a la impunidad que para ellos supone manejar la voluntad del pueblo al que engañan diciendo que esto es una democracia por el simple hecho de que se vota. Se vota pero no se elige, pues son los partidos los que lo hacen y así privan al ciudadano del derecho a exigir responsabilidades a sus teóricos representantes.