Mi bisabuela se llamaba María Pascuala García. Tuvo diecisiete hijos. Se cree que sobrevivieron la mitad, los demás fallecieron siendo niños.
Parece ser que al bisabuelo le gustaba beber en la taberna y después se volvía a la casa con ganas de fiesta, eso decían de él. Tenían cabras. Ella repartía la leche por las calles. Una de las pocas anécdotas que se recuerda de ellos es que notando ella los dolores de parto, su marido le dijo que a ver si le daba tiempo a repartir la leche esa mañana antes de ponerse con lo suyo.
También fue ama de cría. Como siempre estaba pariendo siempre tenía leche disponible para los hijos de las señoritas que no podían amamantar. Las señoritas le daban de comer en abundancia para que tuviera mejor leche y la vestían con delantales de puntillas blancas para que tomara a sus hijos con ropas limpias.
Murió pronto, no sé de qué enfermedad ni a qué edad, no hay lápida que la recuerde. No he podido averiguar su segundo apellido, tampoco si era letrada o analfabeta. No sé nada de su carácter: si era alegre, callada, chabacana, lista, prudente... No he encontrado ninguna fotografía de ella, seguramente porque nunca se fotografió. Mi abuela era guapa, probablemente su madre, María Pascuala, también lo fuera en su juventud, antes del ingente esfuerzo de tantas maternidades.
La leche siempre fue el sustento de la familia, lo principal, el alimento que les libró del hambre, aunque no pudo evitar la muerte de los siete u ocho niños. Los hijos sobrevivientes fueron también lecheros. Sigue habiendo bisnietos lecheros.
Aquella mujer tan extraordinariamente fértil hoy es casi nada porque sus descendientes no sabemos más de ella. La única que puede darme noticias es la última de sus nietas, mi tía. Me cuenta que no la conoció poque cuando ella nació ya había muerto y que su madre hablaba muy poco de su madre. Por qué, le pregunto.
-No sé, entonces la principal preocupación en las casas era comer. Lo demás daba igual. Se hablaba poco de la familia -dice mi tía.
¿Nos hacemos una idea de lo que María Pascuala tuvo que sufrir para traer al mundo a sus diecisiete hijos? Yo solo he tenido dos, con ecografías, matronas y hospitales, con un marido que se ha hecho responsable de la crianza, una familia que me ha ayudado, con lavadora y dinero suficiente para criarlos, y no recuerdo otra época de mi vida donde haya estado tan cansada física y emocionalmente.
Y más terrible: si perder un hijo es lo peor, ¿qué es perder siete u ocho?
Su historia me lleva a reflexionar sobre algo que ni siquiera ahora se cuenta: ¿Somos conscientes de los abusos que han padecido muchas mujeres en sus camas de matrimonio por parte de sus maridos?
Muchos ni saben que eso pueda ocurrir. Considero que mi antepasada los sufrió todos. Su marido nunca le dio tregua, no le tuvo ninguna consideración, nunca se guardó, nunca le preguntó. Él se aviaba y que fuera lo que Dios quisiera. Y ahora que digan y se rían los que tanto se burlan del consentimiento.
Quería recordar a mi bisabuela antes de que su memoria se pierda definitivamente. Con su historia quiero rescatar la de tantas otras mujeres que padecieron lo mismo. Y sin replicar.
Dolores Lario