Crispación y miedo

Después de varios días dejando reposar los ánimos exaltados, reviso los comentarios de la gente en los diversos medios de comunicación locales que cubrieron la noticia de que un individuo había intentando asaltar a una mujer en el Trasvase con intención de violarla. Otra mujer la ayudó (bravo por su valentía) y pudo escapar. El agresor fue apresado por la policía y la guardia civil (bravo por su diligencia).

Pero resulta que el individuo es de origen extranjero, aunque haya vivido la mayor parte de su vida en Totana, y además es una persona con discapacidad mental. ¡Ya tenemos el lío montado!

Me pregunto ¿si el agresor hubiera sido uno de aquí de toda la vida habría cambiado entonces la percepción de los hechos y la consiguiente ola de indignación y alarma?

Oye, por cierto, ¿se sabe de dónde es el ciclista con casco y gafas que se dedica a tocar el culo a las mujeres, principalmente por la zona del Trasvase?

Leo muchos comentarios de personas legítimamente indignadas que piden leyes más duras para los inmigrantes sin papeles. Dicen que los echen, que cierren las fronteras. ¿Y eso cómo se hace? Se les podría meter en la cárcel en cuanto llegaran, pero es que no hay cárcel para tanta gente. Quizás se podría construir un muro alto con una alambrada de pinchos arriba como la que hay en Melilla. O no dejar entrar a puerto a ninguna barcaza que llegue con ilegales aunque se les haya acabado el agua (como el gobierno de Italia). También se podrían reforzar las fronteras con patrullas que tengan pocas contemplaciones con los clandestinos, o separar a los hijos de sus ilegales padres (esto lo ha hecho Estados Unidos). ¿Acaso han logrado frenar la inmigración? ¿En verdad creemos que la solución es la severidad y el castigo cuanto más duro mejor?

Aún así, supongamos que, de una u otra manera, lográramos echarlos. Entonces, quién cortaría los brócolis; cómo iban a cobrar cuatrocientos euros de alquiler los dueños de casas cochambrosas; dónde encontraríamos a una autóctona (ni me imagino un autóctono) que se quedara interna cuidando a nuestros padres; los que tenemos tiendas perderíamos la mitad de la clientela; qué mujeres tendrían niños; cuántas escuelas tendrían que cerrar…

Leo en los comentarios que mucha gente recuerda con nostalgia una Totana idílica, cuando no había inmigración, en la que todo era hermoso, vivíamos tranquilos y los niños jugaban en la calle. Un pasado idílico donde no había delitos, donde a nadie se le ocurría robar y mucho menos faltarle el respeto a las mujeres, acosarlas, pegarles o violarlas. No, porque entonces Totana era de los totaneros, todos puros, de pata negra, y aquí no pasaba nada. ¿Hemos vivido en la misma ciudad? ¿No os acordáis por ejemplo de los tiempos duros de la droga, o de cuando ciertas familias atemorizaban a todo el pueblo?

Pero algo habrá qué hacer, ¿no? Si hace falta más policía por supuesto que la ciudadanía debemos apoyar a nuestros políticos para que nos los concedan en las instancias oportunas. ¿Pero acaso con más policía será suficiente? ¿Apostaremos uno en cada esquina y en cada camino colindante? Las soluciones a este problema tan complejo nunca son tan simples.

No nos engañemos, miremos a nuestro alrededor. Esto es lo que somos ahora mismo: los de aquí y los que han venido de fuera. Este es nuestro presente incontestable y también nuestro futuro inmediato. Tengamos dos dedos de frente y acomodémonos a nuestra realidad.

Aunque suene a utopía no concibo otra solución que la legalidad, el respeto y la educación. Y me asusta que tantos solo propongan el castigo.

Sabemos que con la crispación y el miedo solo empeorarán las cosas. No sembremos más crispación y miedo. Totana la tenemos que construir y mejorar entre todos.

Dolores Lario

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