Por Diego Jesús Romera González
Desde hace algún tiempo, y de manera especialmente visible en estas fechas navideñas, se ha extendido el uso casi exclusivo del saludo genérico “Felices fiestas” en medios de comunicación públicos, en el discurso de algunos responsables políticos, e incluso entre algunos jefes de empresa, evitando conscientemente la expresión tradicional “Feliz Navidad”.
Este hecho, que a algunos puede parecer menor o irrelevante, provoca en otros -entre los que me incluyo-, cierta sensación de tristeza y preocupación, pues da la impresión de que algo profundamente arraigado en nuestra vida social y cultural corre el riesgo de ser “diluido” o incluso sustituido.
No se trata de una cuestión de imposición religiosa ni de falta de respeto hacia otras confesiones o sensibilidades. Precisamente lo contrario, pues el debate debe invitar a reflexionar sobre el valor de la identidad, del lenguaje y del respeto auténtico, entendido no como negación de lo propio, sino como reconocimiento mutuo.
Acerquémonos a esta reflexión desde diversas perspectivas:
- Perspectiva teológica: nombrar lo que se celebra.
Desde el punto de vista teológico, la Navidad no es una fiesta genérica ni intercambiable. Para los cristianos, la Navidad conmemora el nacimiento de Jesucristo, un acontecimiento central de su fe. Nombrar la Navidad como tal no es un gesto excluyente, sino coherente, pues se nombra aquello que se celebra.
Del mismo modo que nadie considera ofensivo felicitar el Ramadán, el Janucá o el Año Nuevo chino en su contexto propio, tampoco debería resultar problemático felicitar la Navidad allí donde esta es la celebración concreta.
Evitar el término “Navidad” por pudor, miedo o falsa neutralidad transmite el mensaje de que la fe cristiana debe ocultarse en el ámbito público, como si fuera algo incómodo o vergonzante. Esto no es neutralidad, esto es “invisibilización”.
- Perspectiva pedagógica: educar en identidad y respeto.
La Pedagogía nos muestra claramente que el lenguaje educa. Enseñar a nuestros jóvenes a no nombrar la Navidad cuando es Navidad, contribuye a generarles una confusión profunda, pues se les transmite que afirmar la propia identidad cultural o religiosa es algo negativo. El respeto auténtico no se basa en borrar las diferencias, sino en reconocerlas y convivir con ellas.
Uno de los diálogos que circula estos días por las redes sociales lo expresa con ironía acertada: cuando a una persona se le niega su nombre en aras de un supuesto respeto genérico, se produce una pérdida de identidad. Del mismo modo, cuando se evita decir “Navidad”, se está alterando el significado real de lo que se celebra.
- Perspectiva de la tradición: continuidad histórica.
Desde la tradición, resulta innegable que España ha configurado su calendario, su ritmo social y sus costumbres en torno a la Navidad. Incluso quienes no se consideran creyentes disfrutan de las vacaciones de Navidad, hablan de cenas de Nochebuena, de comidas de Navidad, de villancicos o de Reyes Magos. El propio sistema educativo y laboral reconoce oficialmente estas fechas como “Navidad”.
Cambiar el saludo tradicional no cambia la realidad, pero sí debilita el vínculo con una herencia cultural compartida durante siglos. Las tradiciones no son reliquias del pasado, sino elementos vivos que dan cohesión y sentido a una sociedad.
- Perspectiva cultural española: nombrar sin excluir.
Desde el punto de vista cultural, decir “Feliz Navidad” no excluye a nadie. Es una fórmula contextual, adecuada a unas fechas concretas, en un país donde la Navidad forma parte del patrimonio cultural común. De hecho, la lengua española lo refleja con claridad: “Navidad”, con mayúscula, es el nombre propio de una festividad; “fiestas”, en minúscula, es un término genérico y difuso.
Resulta paradójico que, en nombre del respeto, se pida a muchos que renuncien a su forma tradicional de felicitar estas fechas, mientras que otras culturas o religiones no sienten la necesidad de diluir el nombre de sus celebraciones. El respeto no comienza negándose a uno mismo.
Para concluir…
Decir “Feliz Navidad” no es un acto de intolerancia, sino de coherencia, identidad y honestidad cultural. En una sociedad plural, el camino no es la neutralización del lenguaje, sino el reconocimiento sereno de lo que cada uno es y celebra.
En una sociedad plural, el respeto auténtico no se construye borrando las palabras que nos definen, sino pronunciándolas con serenidad y sin miedo. Como recordaba el Papa san Juan Pablo II, “una fe que no se convierte en cultura es una fe no plenamente vivida”. O como nos recordaba también el Papa Francisco: “el respeto no consiste en borrar las diferencias, sino en saber convivir con ellas, reconociendo la identidad de cada uno”.
Y la Navidad, nos guste o no, forma parte de la cultura, la historia y la identidad de nuestro país. Por eso, sin imponer, pero sin renunciar a lo propio, seguimos teniendo buenas razones para desear, sencillamente:
¡¡ Feliz Navidad !!