Me gustan los trenes

Por la presente, hoy voy a confesar una de mis debilidades: ¡Me gustan los trenes!

Cuando los veo pasar no puedo evitar ladear la mirada para observarlos, y me quedo fascinado con su volumen, su movimiento, su sonido...

Me gustan todos los tipos de trenes: cercanías, mercancías, expresos, talgos, AVE... con su máquina tractora, sus vagones... Por supuesto, me encanta viajar en tren, sobre todo en los trenes de largo recorrido, en los que puedo pasear, ir a la cafetería o simplemente contemplar el paisaje corriendo velozmente ante mis ojos

Incluso tengo una pequeña colección de trenes a escala que guardo desde hace años como un tesoro.

Varias veces me he preguntado el porqué de esta fascinación por este medio de transporte y después de darle vueltas al asunto creo que he llegado a una conclusión: ¡El tren era el que traía a mi padre de Francia!.

Y es que debo reconocer que vengo de una familia humilde, de esas familias que viven en un hogar humilde, con escasos recursos y en las que en alguna noche de Reyes sus Majestades olvidaron visitar. En estas circunstancias, con un trabajo precario y ante la posibilidad de no poder aportar el pan nuestro de cada día a la mesa familiar, mi padre, una noche, después de otro "vuelva usted mañana" tomó la decisión de emigrar al país vecino donde había más oportunidad de trabajo y un salario más digno.

Fueron años en los que él se ausentaba por largas temporadas y en los que cada vez que yo escuchaba el pitido del tren me ilusionaba pensar que era ése el día en el que podría volver a verlo. También recuerdo las horas en la estación esperando junto a mi madre y mis hermanas el expreso Barcelona-Granada que siempre solía llegar con retraso y por supuesto, recuerdo la inmensa alegría que sentíamos al poder abrazarlo cuando bajaba del vagón cargado de maletas…

Eran tiempos en los que era muy normal emigrar por una temporada o quizá para toda la vida a Francia; He de decir que en la calle en la que me crié casi todos los vecinos en algún momento de sus vidas trabajaron en tierras francesas. Incluso recuerdo que en la época de la vendimia me gustaba acercarme por las tardes a la vía a ver pasar aquellos trenes que, en esa época del año, necesitaban dos cabezas tractoras para poder tirar de los más de 20 vagones repletos de gente con destino a la frontera. He de reconocer que yo mismo cogí uno de esos trenes ya que el último verano que mi padre estuvo en tierras galas, nos fuimos toda la familia para estar con él en aquel pequeño pueblo de los Alpes Bajos.

Eran tiempos en los que los migrantes, los diferentes, los que añoraban su tierra natal, los que se amontonaban en alojamientos precarios, los que vivían el menosprecio de los lugareños y los que sufrían la separación familiar, éramos nosotros.

Es por ello, que me gustaría que aquellos trenes permanecieran mucho tiempo en nuestras memorias porque ello indicaría que somos pueblo acogedor y que no hemos olvidado nuestro pasado como emigrantes.

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