Hará unos dos meses acudí, en compañía de un familiar con problemas en la piel, a la consulta médica de uno de los Centros de Salud de Totana. El facultativo que nos atendió, nada más tomar conocimiento del problema, dijo a mi familiar: “Esto es cosa del dermatólogo. Tiene dos opciones: esperar tres años a que le atienda el especialista en Lorca, o, confiar en mí y en el tratamiento que le voy a poner ahora mismo”. El médico debió apreciar la cara de asombro de las dos personas que, perplejas, le mirábamos sin parpadear, porque se vio obligado a darnos la razón de la sinrazón: “Es que tan sólo tenemos un cuarto de dermatólogo para todo el Área III de Salud a la que pertenece Totana”. ¡Un cuarto de dermatólogo! Automática e inconscientemente mi cerebro experimentó un viaje extracorpóreo y me trasladó a la carnicería de “La tienda del Arcas”, lugar donde mi madre hace la compra cada día desde que tengo uso de razón. “Salva, un cuarto de dermatólogo” – le inquirí- “Échame en el cuarto algún ojo, que pueda ver lo que tiene mi pariente, y algunos dedos con los que se pueda comunicar para diagnosticar y recetar, el resto, que sea de la parte más tierna, que se pueda comer”. El ojo, ya salido de su órbita, sobre un trozo de papel de estraza, me lanzó un aullido con su mirada, después dirigió su mirada sangrienta a mi pariente al tiempo que los dedos iniciaron una carrera frenética desde el mismo papel de estraza, saltando del mostrador hasta mi cuello, y allí se agarró con sarna. Aquello me trajo el recuerdo de la mano sin cuerpo de la Familia Addams. “¿Qué ocurre? ¡¡¡No puedo respirar!!!” –gritaban mis adentros pidiendo auxilio-. La voz, ahogada, no podía salir de mi cuerpo-. Escuché cómo una persona allí presente apremió: “¡Salva, rápido, dame algo de Salud Mental para sujetar estos dedos!”. “No puedo –respondió con angustia Salva- de Salud Mental no me mandan ni un gramo”. El aire se hizo pesado, muy pesado, tan pesado que no podía inspirarlo... Todavía con la sensación de asfixia, la vista nublada y el alboroto de los personajes en la tienda, escuché una voz que decía a lo lejos: “Eva, vámonos”. Me agarré a ella firmemente y conseguí regresar a la consulta. Era mi pariente que me indicaba la puerta de la consulta. Ya habíamos dado unos pasos cuando el facultativo nos paró en seco. “Esperad” – se situó frente a mí, y con su mirada fija en mi cuello, dijo: “Las señales de dedos que tiene en el cuello ¿cómo se las ha hecho?”. Le miré fijamente a los ojos y respondí: “Ya veo que todavía no ha precisado Usted de los servicios de Salud Mental, pero le aventuro que no han de pasar muchos meses sin que haya de acudir a ella”. El médico se echó a reír: “Ja, ja, ja, ja, ...” No paraba de reír. Cada vez con más ímpetu. Las carcajadas iban in crescendo, más largas, más intensas. Pronto ocuparon toda la consulta. “JA, JA, JA, JA, JAAAAA, JAAAA, JAAAA, JAAAA…”. No paraba, hasta el punto que tuvo que sostenerse la cabeza con las manos para evitar descoyuntarse el cuello, tal era el embate de sus risotadas. Y, entonces… vi que le faltaban algunos dedos en ambas manos, y… no comprendí.
Colorín colorado este cuento, desgraciadamente, NO SE HA ACABADO.
Si Miguel de Cervantes dijo: “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura”; Rafael Méndez Martínez, hoy, quizá diría a los gestores que de la Salud Pública Murciana son desde 1995: La razón de vuestra sinrazón no es vuestra fermosura. Con razón me quejo de la vuestra ignorancia, incompetencia, incapacidad, inutilidad…
La Salud Pública no se puede prestar por kilos, ni adelgazarla pretendiendo obtener beneficio de ella. La Salud Pública, como la Educación, se paga por todos y para todos. Sólo tenemos que exigir una eficiente gestión pública de ella. Una gestión en la que el objetivo no sea reducir gastos necesarios. La Salud Pública de calidad nunca puede ser rentable económicamente. Se trata de gastar lo necesario con una gestión eficiente. En la Región de Murcia, ni se gasta lo necesario en Salud Pública ni existe una gestión eficiente de la misma. Sobran los gestores políticos con dedos burocráticos que asfixian desde el año 1995, y faltan personas que gestionen con ojos certeros, que miren más allá de sus narices. Para ello, hace falta una ciudadanía que vote con conciencia, sin apatía, sin frivolidad, sin un “qué más da, son todos iguales”, habiéndole echado previamente “un pienso” a su voto, con razones. Una democracia no puede existir sin política. Por tanto, no la matemos. La necesitamos. La política no defrauda. Defraudan algunas de las personas que dicen hacer política. Así que tengamos especial cuidado al elegir a nuestra/os política/os.