Las tiendas de Totana

Hace un tiempo me fui a dar una vuelta por la segunda fase de Camposol. Me encontré un mundo aparte. ¿Cuál era la causa de tanta extrañeza? Quizás que no había iglesias, ni escuelas, ni parques con niños, ni comercios, ni centros culturales... Las tiendas básicas y los bares (de lo que más había) estaban todos juntos en una esquina.

Las pocas personas que vi por las calles fueron adultos paseando perros, algún ciclista, un coche silencioso que aparcaba en la misma puerta y alguien de pelo blanco que se metía en su jardincito cerrando detrás. Cada uno estaba oculto en su reducto amurallado y aislado del resto. Encima todas las casas eran iguales y los carteles estaban en inglés.

En mitad de aquel secarral lo más llamativo era el silencio y la quietud. No había voces, ni tráfico, si acaso el piar de los pájaros y el chirrido de las chicharras. Nada más. No había consistencia, concreción, ni siquiera tiempo. Se había creado un mundo distópico en el que aparentemente no pasaba nada. Daba igual que fuera primavera u otoño, por la mañana o por la tarde, que fuera martes o sábado. Carecía de importancia.

Ése era el mundo perfecto y seguro que nos ofrecieron como la mejor ciudad posible hasta el 2008. Después el concepto quedó fulminado por la gran crisis.

Todos esos elementos conformaban una ciudad desalmada (sin alma).

¿Y Totana, seguirá siendo una ciudad con alma? Lo digo por el derrotero económico y de nuevas costumbres de comprar que están poniéndonos del revés.

Quiero poner el foco en la desaparición de las tiendas. Pasad por cualquier calle comercial y contad todos los negocios que han cerrado, cuántos otros han intentado abrir y cuánto tiempo han aguantado. También podéis preguntar a los que quedan cómo les va.

Los totaneros cada vez compramos menos en el pueblo. No es algo que solo suceda aquí, es el devenir de nuestro tiempo. Las grandes empresas y el comercio electrónico están fagocitando al pequeño comercio. Y a no ser que suceda algo fundamental (supongo que una catástrofe) esto no tiene vuelta atrás.

Cuando dentro de unos años (pocos) desaparezcan las tiendas, ¿cómo serán nuestras calles? Serán más oscuras, donde antes había un bajo cuidado y dinámico habrá una fachada abandonada, desaparecerán esos puntos de reunión y de referencia de la comunidad, habrá menos tránsito de personas andando por la calle, al anochecer todos estaremos encerrados en nuestras casas, a la fuerza habrá que desplazarse a los grandes centros comerciales a comprar cualquier cosa, todos estaremos asociados a la madre de todas las empresas y habrá multitud de furgonetas (o de drones) repartiendo paquetes, paquetes, paquetes, que recibiremos asomando el hociquillo por el quicio de la puerta para encerrarnos inmediatamente después.

-¡Qué exagerada!

-Ya está pasando.

Dolores Lario

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