Que fue construido en 1950 ¿y qué?, antes se construyeron las escuelas de Santiago y Santa Eulalia, y antes aún el edificio de la Milagrosa, mucho más grande y difícil de mantener, y ahí está, imperturbable.
Que desaparezca supone una gran pérdida para nuestra memoria colectiva. Los centros de enseñanza públicos son una parte de lo mejor de las ciudades y también de la biografía particular de los alumnos que pasamos por sus aulas.
Yo asistí al instituto a finales de los setenta por casualidad, porque no estaba en los planes de mi familia que así fuera. Sucedió gracias a la ayuda de una mis maestras (siempre te lo agradeceré Encarna) y a la buena suerte que me favoreció. Por ese tuerce en mi destino fui siempre consciente del privilegio que era poder estudiar.
Ahora me doy cuenta de que entonces el edificio ya estaba descuidado. Pero no es esa cutrez lo que guardo en mi memoria sino el dibujo extraño de los arcos del patio, la terraza soleada en las mañanas de invierno, la sombra fresca del porche, la hiedra que resaltaba verde en la pared blanca, el retumbar de los pasos insumisos de los alumnos por la escalera, los bedeles de toda la vida, todos los maestros, mis compañeros, las risas... Me recuerdo en clase sufriendo con las fórmulas matemáticas, disfrutando con la generación del 27, intentando no dormirme de 3 a 4 con la espesa retórica del profesor de filosofía, balbuceando en francés, dibujando elipses… Pero siempre feliz de cruzar cada día sus puertas para aprender.
Y ahora se cae. Por desidia, por ingratitud.
Dolores Lario