La Parroquia de Santiago el Mayor de Totana fue testigo hoy jueves 3 de julio de una emotiva celebración eucarística con motivo del XX Aniversario de la Ordenación Sacerdotal de Francisco José Fernández, conocido cariñosamente como el padre "Francis". La Eucaristía, que fue cantada por el coro de la parroquia, reunió a numerosos fieles, familiares y amigos que quisieron acompañarlo en esta significativa celebración. Y es que, tal como recordó Francis, “hoy, con el corazón lleno de gratitud, recuerdo aquel 3 de julio de 2005, en mi parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Bullas, cuando respondí con un ‘sí’ a la llamada de Dios”.
Una celebración cargada de símbolos y gratitud
El padre Francis presidió la Eucaristía revestido con las mismas vestiduras litúrgicas con las que fue ordenado hace 20 años, refiriéndose a ellas con humor y cariño como “la ropa que más tiempo me ha durado”. Explicó con emoción el profundo simbolismo de su casulla, que representa a María a los pies de la cruz recogiendo la sangre del costado de Cristo y respondiendo a su “tengo sed” con un “yo te sacio”. Destacó también que el Cristo bordado en la casulla no tiene brazos ni pies: “cada vez que extiendo las manos sobre el pan y el vino, o en cualquier responsabilidad que la Iglesia me confía, son las manos y los pies de Cristo en mi persona”, dijo, subrayando cómo en cada gesto sacerdotal se actualiza la pasión, entrega y resurrección del Señor.
Fe con dudas, pero sostenida por Dios
Durante su homilía, recordó que fue ordenado sacerdote en la festividad de Santo Tomás Apóstol, cuya conocida frase “si no veo, no creo” ha resonado en él a lo largo de su vocación. “También yo he pedido al Señor muchas veces: muéstrame tus llagas, porque no veo con claridad”, confesó. Sin embargo, aseguró que Cristo, lejos de reprender, invita con ternura a tocar sus heridas. Para él, esas llagas hoy están presentes en los necesitados, los enfermos, quienes dudan, han perdido la fe, los niños, los jóvenes, los matrimonios y los ancianos. En cada uno de ellos, afirmó, escucha al Señor decirle: “no seas incrédulo, sino creyente”.
Una Iglesia hecha de personas
El padre Francis compartió que estos veinte años de ministerio han cimentado en él la convicción de que la Iglesia no es un edificio de piedra, sino un templo hecho de personas. Ha intentado siempre vivir la parroquia como una familia donde nadie se sienta forastero, sino miembro de la familia de Dios. Reafirmó el deseo de continuar construyendo una parroquia misionera, “una iglesia de puertas abiertas, una casa que acoja, que salga a anunciar, sin miedo a ‘enfangarse’ en medio de las dificultades de cada día”.
Vocación vivida desde la humildad
Con humildad, reconoció que en cada responsabilidad encomendada ha actuado “con temor y temblor”, sintiéndose pequeño. “No soy un hombre de grandes discursos”, dijo, “pero sí deseo que mi vida esté marcada, no por la perfección, sino por la pasión y la alegría de anunciar el Evangelio”. Se definió como un puente entre el cielo y la tierra, entre Dios y las personas. Y aunque ese puente a veces ha tenido “luces y sombras”, afirmó con rotundidad: “la fidelidad de Dios siempre es mucho más grande que nuestras propias debilidades”.
Agradecimientos y proyección de futuro
El padre Francis agradeció de corazón la paciencia, acogida y cercanía de su comunidad parroquial durante estos años, por ayudarle a ser sacerdote “en medio de su fragilidad” y por sostenerlo en su vocación con afecto y confianza. Deseó que el Señor le conceda “ser un pastor según el corazón de Cristo, testigo de su amor y, sobre todo, constructor de comunión en nuestra parroquia, que es nuestra familia”.
Tuvo palabras especiales de agradecimiento para el coro parroquial, así como a sus hermanos sacerdotes y al equipo sacerdotal que el obispo confió para acompañar las realidades parroquiales de Totana, Cantareros, El Paretón y Cañadas del Romero (Mazarrón).
“Él lo es todo para mí”
El lema de su ordenación, tomado de una oración de la Madre Teresa de Calcuta —“Él lo es todo para mí”— sigue siendo hoy, veinte años después, la convicción que guía su vida. Concluyó invitando a los presentes, ante Cristo vivo y real en la Eucaristía, a unirse en la misma profesión de fe del apóstol Tomás: “Señor mío y Dios mío”.