El IV Domingo de Pascua, celebrado este año dentro del Ciclo C, es una fecha muy especial dentro del calendario litúrgico. La Iglesia lo dedica al Buen Pastor, una imagen profundamente arraigada en el Evangelio y en la tradición cristiana, y lo convierte en una Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Este día se nos invita a contemplar el rostro de Cristo que, como pastor bueno, cuida con ternura a su rebaño, y a orar por quienes son llamados a continuar su misión.
El Domingo del Buen Pastor y el Papa León XIV
Este IV Domingo de Pascua coincide con un acontecimiento histórico para la Iglesia: la reciente elección del Papa León XIV, el cual ha expresado su deseo de que la Iglesia responda a los desafíos actuales, como la revolución tecnológica y la inteligencia artificial, defendiendo la dignidad humana y la justicia social.
En su primer mensaje público, el Papa León XIV hizo un llamamiento especial a los jóvenes: "¡No tengáis miedo, aceptad la invitación de la Iglesia y de Cristo Señor!" Y este es un mensaje que resuena especialmente en este Domingo del Buen Pastor, haciéndonos ver que Cristo sigue llamando a nuevos pastores, y que la respuesta generosa a esa llamada es fuente de esperanza para el mundo.
Y puesto que hoy también celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, las palabras del Papa también nos recuerdan que el mundo necesita testigos del Evangelio capaces de cuidar, sanar y guiar con ternura, como lo hace Cristo con su rebaño.
El Buen Pastor, símbolo de entrega y salvación
La figura del pastor, tan familiar para las comunidades rurales del tiempo de Jesús, fue utilizada por el propio Cristo para describir su relación con la humanidad. En el Evangelio según san Juan (10, 27-30), escuchamos las conmovedoras palabras de Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen; y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano”. Esta declaración nos ofrece una profunda seguridad espiritual: somos conocidos y amados personalmente por Cristo, y nadie puede arrebatarnos de su cuidado.
El simbolismo del pastor y las ovejas nos enseña que Jesús no es un líder distante ni autoritario, sino alguien que ha dado su vida libremente por los suyos. Su sacrificio en la cruz no fue sólo por los que ya lo seguían, sino también por aquellos que aún están “fuera”, por toda la humanidad. En su corazón no hay exclusiones; hay un deseo constante de atraer a todos hacia la vida eterna.
Una misión confiada a los apóstoles y sus sucesores
Jesús no quiso llevar esta misión de salvación en soledad. Confió a sus apóstoles la continuación de su obra, y así nació el ministerio pastoral de la Iglesia. Desde entonces, miles de hombres y mujeres han respondido a la llamada de Cristo para ser pastores, religiosos, misioneros o laicos comprometidos. Ellos sostienen hoy la vida de la Iglesia con su entrega generosa, con frecuencia en contextos difíciles y con escasos recursos.
Por eso, este domingo es también una oportunidad para agradecer y orar por quienes han respondido a la vocación de servir al pueblo de Dios. Pero no solo se trata de mirar hacia los que ya están en el camino, sino también de abrir nuestros oídos y corazones a la voz del Señor que sigue llamando. La Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones es un momento clave para despertar conciencias, especialmente entre los jóvenes, y para animarlos a preguntarse si Dios les llama a un camino de entrega total.
Una invitación a todos: escuchar la voz de Dios
El mensaje del Buen Pastor no se limita al clero o a la vida consagrada. Todos los cristianos, por el bautismo, estamos llamados a participar del cuidado del rebaño, ya sea en nuestras familias, en nuestras comunidades, en el trabajo o en el servicio a los más necesitados. Ser discípulos del Buen Pastor significa también ser pastores los unos de los otros, promover la fraternidad, cuidar a los que se han extraviado, tender la mano a los que sufren.
Este IV Domingo de Pascua nos recuerda que el corazón del Evangelio está en el amor concreto, personal y sacrificado. Y que Dios sigue llamando. Nuestro papel es orar, escuchar, acompañar y discernir, para que la Iglesia nunca falte de testigos que reflejen el rostro misericordioso de Cristo.