Voy a aventurar una teoría sobre la desafección actual de los ciudadanos normales y corrientes hacia los políticos que nos gobiernan. Desafección quiere decir que no se les estima, que sentimos hacia ellos inquina o indiferencia.
Me voy a centrar en dos tácticas que utilizan constantemente que están degradando el noble oficio de la política. (Sí, noble, no es una ironía).
La primera es que la estrategia partidista está por encima de los intereses de la ciudadanía. Es decir, las decisiones del partido están tomadas en función de lo que interesa al propio partido y perjudica al de la oposición. Todo tiene que ver con las estadísticas de voto, la competitividad por ganar las próximas elecciones les colma y les ciega. Queda así en segundo lugar el bien común.
Un ejemplo cercano de esto es el decreto ómnibus. Los unos lo presentan todo junto como un trágala, y los otros lo tumban porque pueden y para castigar. Y a todos les sale mal porque otra vez se han olvidado de los intereses de la comunidad para centrarse en sus pejigueras de partido.
La segunda es la estrategia del insulto y la descalificación. Esta estrategia es particularmente dañina porque es improductiva, socava la democracia, y poco a poco se establece como una forma de comportamiento que va calando y copiándose en la sociedad: en las redes sociales sobre todo. Parece que todo vale: mentir, insultar, menospreciar, amenazar…
La violencia verbal es propia de matones, o sea, que el que dice lo más agresivo y disparatado es el que gana. Ejemplos de este comportamiento los hay a diario, Trump es el gran maestro del matonismo, algunos de aquí siguen sus enseñanzas.
Se me ocurre que diciendo lo que tengamos que decir respetando a nuestro interlocutor es una manera privada y a la vez universal de reivindicar la cordura necesaria para la vida en comunidad. (Ya sé que soy una ilusa).
Y mientras tanto se están secando los naranjos de la rambla. Por favor, el que sea responsable de su cuidado que lo tenga en cuenta.
Dolores Lario