Con la mirada puesta en arraigadas tradiciones del sentir de Totana y con el corazón agradecido por la recuperación de algunas de ellas, serenamos el espíritu confortado con las expresiones de veneración que en los primeros días de mayo se profesa a la sublime misión redentora de la cruz, pues, según recoge la prensa local de finales del siglo XIX, "esta loable iniciativa tiene una tradición en Totana que se remonta a siglos pasados".
En su configuración urbana esta población reforzó su seguridad, encomendó sus anhelos e inquietudes al benefactor reflejo de la cruz. Es por ello que, en los diferentes accesos a la localidad, con la colocación de este característico signo de fe se imploraba el amparo de lo divino, pues esta práctica guarda estrecha relación con la usanza que se desarrolló en la villa de sacralizar calles y plazas con expresiones religiosas y concretas devociones.
Sin lugar a dudas, puntos singularmente emblemáticos se encuentran en la Cruz de la Misión, en la conocida como "Cruz de Camacho", en la "Cruz de Los Hortelanos" o en el Santo Cristo, reminiscencia de aquellos otros que han desaparecido por los cambios y transformaciones del mapa de la ciudad. Junto a estas iniciativas de carácter más general se tiene constancia de que eran numerosos los altares que se erigían para celebrar la fiesta de la Cruz, tabernáculos que se adornaban con "objetos artísticos, flores naturales, telas decorativas y luces ya de petróleo, ya de cera". Según relata el periódico La Voz de Totana en su edición de cuatro de mayo de 1890, el acopio de flores era de tal magnitud que los huertos quedaban durante unas cuantas horas sin ellas, pues "casi todas las casas del pueblo se han convertido en vistosos mayos alfombrados de juncos y vestidos de rosas y verdenace".
Hoy nos gozamos de que un año más esta venerable manifestación siga viva gracias a las actuaciones propiciadas por concretos vecinos e impulsadas por el coro Santa Cecilia y el grupo de Coros y Danzas ciudad de Totana-Peña folclórica La Mantellina.