Enraizada en devociones y fervores, alentada por los aromas de lo popular, Totana proclama, con firme sentir, la festividad de san Marcos. Surge este acontecimiento en un tiempo en el que la primavera, que ha inundado de vida, color, transparencia y luminosidad su atmósfera, convoca a sus vecinos a saborear en armonía con el presente, el legado recibido, pues la esencia agrícola del municipio resuena en los orígenes de esta conmemoración. En esa mirada se funde lo lúdico con la admiración hacia la entrega apasionada que robusteció los esfuerzos y anhelos de aquellos que nos han precedido y que con sus diarios afanes construyeron la realidad que disfrutamos.
El peso económico que la agricultura tiene en Totana fundamentó, en parte, el contenido de esta celebración, pues durante siglos, en la tarde del 25 de abril, el clero de la entonces villa de Totana, acompañado de los vecinos y recitando las oraciones conocidas como "letanías mayores o de rogativas", se encaminaban en declamatorio recorrido hasta la ermita de San José, para desde aquella atalaya, bendecir los campos, poner sus cosechas a la intercesión de ángeles y arcángeles, de santos y vírgenes… para que, diligentes y bien dispuestos, recabasen la protección del Padre Bueno, del Dios de la misericordia. De alguna manera se cristianizaba con esa práctica la antigua y pagana costumbre de los labradores que, en el mundo romano, procesionaban por los campos para implorar de sus divinidades la tutela sobre los sembrados.
Concluida la ceremonia, los participantes se distribuirían por el entorno para compartir las viandas, pero también la amistad, expresiones íntimamente unidas al mensaje evangélico. Testimoniando efusiva lealtad por los dones recibidos, se configuraba la arraigada práctica de salir al campo a saborear la merienda en ese emblemático día. Lugares tan singulares como el campo de Totana, la zona de sus huertos, el santuario de Santa Eulalia o la sierra de Espuña son espacios de atracción para compartir y venerar este día. Se acompaña el refrigerio del garabazo, torta oronda y azucarada que en el centro lleva un huevo cocido y que en algunas otras localidades recibe el nombre de "mona de pascua", "hornazo", o su variante "opilla". Un preciado trofeo para degustar tras la austeridad cuaresmal y disfrutar en la plenitud de belleza que significa a la primavera mediterránea.
En este contexto, se repite también otra secular tradición al lanzar una pequeña piedra al viento, entonando el consabido sonsonete, "san marqueo, queo, tiro la piedra y no la veo". Ritos ancestrales que nos sitúan ante sorprendentes nudos con lo insondable.
Con esta celebración se nos ofrece la oportunidad de encumbrar los recuerdos, honrando este patrimonio de nuestros mayores, apostando por perpetuar una práctica que evoca nuestro vínculo con la agricultura y que nos emplaza a reconocer y agradecer los valores que nos constituyen.
Juan Cánovas Mulero